El bikini

Hoy es el día del bikini

bradamanta

El 5 de julio de 1946 el ingeniero Louis Réard dio a conocer el primer bikini moderno en la Piscina Molitor de París. Su modelo fue Micheline Bernardini, una bailarina de casino que accedió a usar la pequeña prenda que cabía en un cajita cúbica de 5 cm de lado. Réard dijo haberse inspirado al ver a una mujer en la playa arremangar su traje de baño para conseguir un buen bronceado. El éxito de la prenda fue inmediato, en Francia se asumió como un paso en pos de la liberación femenina, pero en otros países como Estados Unidos hasta los 60′ comenzó a ser bien visto. Incluso el Vaticano en 1951 consideró un acto pecaminoso usarlo.

El nombre de esta famosa prenda tiene origen en un importante suceso de política internacional. El Atolón Bikini es un cráter natural en las Islas Marshall donde Estados Unidos unos días antes del…

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La nostalgia feliz

El regreso a Japón después de 16 años desde Estupor y Temblores y 32, desde Metafísica de los tubos, fue una recomendación de Gabri, por supuesto.

Amélie Nothomb me gusta desde que uno de mis profesores de francés me la presentó hace ya varios años, desde entonces he leído cinco o seis de sus libros. Después de la Biografía del hambre pensé en detenerme, me pareció una historia muy triste, pero justo comencé a compartir con Gabri este gusto y hemos seguido coleccionando historias de la autora belga.

La cuestión es que para este libro Amélie Nothomb descubrió que los japoneses se creen inventores de la nostalgia o al menos de la nostalgia feliz (y que no los escuchen los portugueses con su saudade). El concepto europeo definido por esta palabra sólo puede referirse al recuerdo de hechos que nos dejan tristes según los nipones, de manera que, concluye la autora con mucho humor, la anécdota de Proust saboreando la magdalena lo vuelve un auténtico japonés. Natsukashii sirve para describir exactamente ese sentimiento que te llega cuando el recuerdo de un hecho feliz de tu vida te llena de añoranza, como cuando de niño mamá te arropaba con un beso de buenas noches en la cama.

El viaje a Japón, creía la autora, estaría lleno de este sentimiento, pero la vida en las lejanas islas es dura y el panorama ha cambiado. Las ciudades si fueran personas, reflexiona Nothomb, serían esquizofrénicas. Muchas veces unos edificios al lado de otros no guardan ninguna relación entre sí, ni con las calles que las comunican, ni la gente que las viven, ni con la historia detrás de ellas. Tokio, si fuera un discurso, sería el de un maniaco, lleno de palabras sin relación entre ellas, una detrás de la otra sin que lleven a ningún lado.

En su regreso, después del estupor y los temblores, esta vez acompañada de cámaras y micrófonos, la cita con Nishio-san y su ex-prometido Rinri, son el eje que guía un viaje lleno de hechos banales y encuentros devastadores. Por un lado la grabación para el show televisivo imposibilita auténticos re-encuentros, sin la mirada intimidadora de las cámaras. Por otro lado, la autora, después de una vida alejada de su madre patria, habla un japonés de cocina y necesita del traductor en muchas ocasiones. Aún así comprende a su traductora nipona quien descubre, a causa de su pasión, es la razón por la cual en Japón volvieron a publicar sus textos, a pesar de los serios juicios que publicó en Estupor y temblores.

«Si el tiempo mide cualquier cosa en un ser humano, son las heridas». Nothomb viajó a revivir cada una de ellas: su separación del amado Japón, el rompimiento con Rinri y la distancia que la separa de cada una de sus obras que vuelven a las islas niponas. La constante auto-referenciación en la obra autobiográfica de la autora aparece como su descripción de Fukushima, a trozos y muñones de lo que fue, donde sólo algunas señales como juguetes y pantuflas, o coladeras y lápidas de cementerio, son lo que la muerte o el olvido no pudieron borrar.

El título del libro que narra el viaje al país de los primeros amores, con tsunamis o sin ellos, no podría llevar mejor título, al menos la nostalgia feliz es lo que habita en mí cuando pienso en ciudades como París.

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Piscina Molitor

Piscina Molitor.

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A García Márquez…

A García Márquez le debo un verano de sol en París.

Hace tiempo que fui a pasar unos meses a aquella ciudad. Me llevé mis Cien Años de Soledad, me gustaba la relación entre los cien años y mi excursión para perfeccionar el francés. París me recibió con un cielo gris que no me esperaba, había conocido antes una soleada ciudad en la que no había sido problema la falta de agua caliente en la regadera. Sólo tenía unas sandalias y un librote en mi maleta, así que los primeros días decidí pasarlos leyendo bajo el amable techo de mi estudio en un séptimo piso. Cuando después de unos días la lluvia no paraba, empecé a sentir simpatía por aquellas tierras lejanas y hasta me convencí de que si los Buendía volvían a ver el sol, yo también lo haría, así que intensifiqué mi lectura. Cuando escampó, el realismo mágico de mi viaje se vino abajo, el cielo de París no había cambiado y el tiempo seguía corriendo en ambos destinos de mis excursiones.

En aquellos primeros días el idioma era una barrera entre los parisinos y yo. No sólo cuando quería expresarme verbalmente y tal vez comprar un croissant, también cuando por el metro chocaba con alguien y mi sonrisa en español no era bien recibida. Pero después entraba a un café, abría mi libro y me entendía a la perfección con los Aurelianos. Eran mis cómplices, teníamos un lenguaje propio y un mundo llamado Macondo. Esos cien años me libraron de varias semanas de soledad, para cuando terminé con ellos, ya tenía botas y paraguas (bueno, hasta que lo perdí en parque). Había aprendido a vivir en aquellas latitudes y empecé a leer también en el idioma local, pero Macondo siguió siendo mi hogar en aquel frío verano.

Hace unas semanas colgué en mi nuevo estudio un poster que me regaló un amigo con el Cataclismo de Damocles. Minutos después leí la nota en el periódico de que el autor se encontraba en el hospital. Pensé que era mala señal, tal vez fue buena. Ahora cada vez que lo vea recordaré mi deuda: un sol de Macondo en las calles parisinas.

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De las cloacas de París a las del D.F.

Debo confesar que había pensado en las romanas, pero nunca en las parisinas. Las cloacas existen, se llevan todo lo que sobra y nunca pensamos en ellas, o al menos yo, que no trabajo en la ingeniería hidráulica, nunca les había prestado ninguna atención.  Claro que sabía que son un invento romano atribuido a la época del rey de Roma, Tarquinio Priscós (siglo VI a.C.). La cloaca máxima es célebre por hacerse cargo hasta la fecha de una importante parte del drenaje romano, aunque la maestría de su ingeniería se debe a los trabajos realizados durante el Imperio, más que a la importante influencia etrusca de Tarquinio.

            Sin embargo la primera red como tal de drenaje profundo es la parisina, construida en el siglo XIX, y probablemente también la más famosa, gracias al discurso que Víctor Hugo le dedica en sus Miserables. Diseñadas a imitación de las romanas, las cloacas parisinas fueron también obviadas por sus habitantes hasta que en 1805 Pierre Emmanuel Bruneseau llegó con la heroica tarea de recorrerlas, limpiarlas, rehabilitarlas e intervenirlas para mejorar su funcionamiento. Lograr su objetivo le tomó siete años de arduos trabajos. Víctor Hugo cuenta que su aventura estuvo llena de sorpresas como joyas, tesoros olvidados y hasta el cadáver de un orangután desaparecido del Jardin des Plantes hacía años (sí, a mí también me sorprendió pensar desde cuándo el jardín tiene su pequeño zoológico).

            El drenaje de nuestra querida Tenochtitlán por supuesto que no tiene nada que ver con el romano. A nuestros aztecas nunca se les ocurrió sacar el agua del valle de México. Sus impresionantes avances en tecnología hidráulica se reflejaban en su talento para contener el preciado líquido, fuente de la vida. Como, a pesar de los trabajos indígenas, durante la conquista las inundaciones dejaron importantes estragos y miles de muertes, entró en escena quien, yo me atrevería a nombrar, es nuestro Bruneseau. Enrico Martínez, cosmógrafo europeo, bajó la mirada de los astros para fijarla en las aguas mexicanas. Dedicó 25 años de su vida a trazar otra especie de cartas astrales, unas dedicadas a las constelaciones de fuentes, lagos y ríos de nuestro Valle de México. Lamentablemente su trabajo, si bien ayudó de alguna manera a tratar con los afluentes de la urbe, fue hasta el porfiriato que medio se logró solucionar el problema. Todavía en los años 50′ del siglo pasado el valle de Chalco y otros de los antiguos lagos ocasionaron graves problemas en nuestra ciudad. Resultó que entubar todos los ríos para transformarlos en modernísimas (aunque ineficaces hoy en día) vías rápidas como Río Churubusco o Río Becerra, tal vez no fue la mejor idea.

            Y todo esto a causa de Jean Valjean. Hace meses que sufro con sus penurias, con la pobre Cosette a manos de los detestables Thénardier. Lloré con la muerte de cada uno de los miembros del Club del ABC, el pequeño Gavroche y la suerte de Eponine. El descenso a los infiernos de Jean Valjean con Marius a cuestas me recuerda al de Jonás por el título que al autor brindó a esta aventura: El intestino del Leviathan. Este último suceso me dejó claro que Jean Valjean es un héroe, lleva a Eneas en la sangre, y la obra del literato francés, una epopeya al estilo de la Ilíada y la Odisea.

            El Leviathan originalmente era un terrible monstruo marino, en el imaginario de muchos es un animal de fauces gigantes que conducen al Infierno y hoy en día es sólo el nombre en hebreo para designar al animal que conocemos como ballena. El artista Anish Kapoor en el 2011 montó en París, en la prestigiosa exposición Monumenta del Grand Palais, una obra titánica bajo este título. Algunos afortunados tuvimos la suerte de entrar en estas vísceras que no guardaban ningún parecido con las creadas por Víctor Hugo en el subsuelo de la misma ciudad. París une a estas dos bestias, una de luz y la otra de sombra, así como también al famoso Leviathan de Thomas Hobbes, redactado en la misma ciudad y mucho más parecido al mundo de los Miserables.

            Las cloacas fueron famosas también desde tiempos romanos a causa de la cantidad de cadáveres que se encontraron en ellas, se dice que incluso el del emperador Heliogábalo. Yo de niña escuché la terrible historia de una mujer que desapareció mientras empujaba su coche en medio de una inundación, presuntamente en una coladera abierta y nunca apareció. Hasta la fecha lo pienso y se me pone la piel chinita. El drenaje es una bestia terrible sin la que no podríamos vivir. Existe debajo de nuestros pies y, aunque no la notamos en la vida cotidiana, para muchos es la fuente de inspiración de diversas artes.

            Si Víctor Hugo tiene razón, echamos por el caño millones y millones de riquezas en mierda cada año. Es la única parte de su libro que me cuesta trabajo asimilar a la vida diaria. Los tres tomos de alrededor de seiscientas páginas cada uno, en francés bien sûr, me entretuvieron por más de un año con sus dramas que reflejan una profunda comprensión de la sensibilidad humana. Al leer la última página sólo me pesa pensar que ya nadie escribe como él. Hablar de mierda como quien habla del alma es un arte que no cualquiera aprende.

 

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Libros para leer en un ratito o un ratote

Cuando vivía en Cocoyoc eran populares las anécdotas de gente que en el camión desde el D.F. había decidido seguirse hasta Cuautla para no perderse el desenlace de la película que se mostraba en el viaje. En la segunda parada, Oaxtepec, era frecuente encontrarse en el clímax de la historia y si no te molestaban los veinte minutos que te tomaría el regreso, podías llegar hasta la H.H. ciudad para conciliar tranquilo el sueño esa noche.

Inspirados en esta misma idea, sólo que en otras longitudes, latitudes y, sobretodo, alturas, la aerolínea australiana Qantas ha decidido editar para sus pasajeros una colección de obras cuya lectura les tomará exactamente el tiempo del recorrido que hace su vuelo. Las obras son todas de autores australianos y las portadas de esta colección, editada por Hachette, fueron diseñadas por Paul Bedford, laureado director de arte del periódico The Economist y Play Station.  Lo que me parece una excelente idea para fomentar la lectura y consentir a los que ya leemos en todas las colas, las salas de espera y el transporte público.

En mi último viaje a Nueva York me llevé para leer Biographie de la faim de Amélie Nothomb que con sus ciento noventa páginas fue suficiente para las cuatro horas con cincuenta minutos del vuelo. Sin embargo, eso significa que me quedé sin nada para leer por el resto del viaje, así que tuvimos que ir a una librería en Soho donde me compré Kitchen de Banana Yoshimoto que no terminé ni en mis días en NY, ni en el regreso. O sea que tuve que terminarlo ya de regreso en casa, de modo que tuve que interrumpir la lectura de mis amados Miserables. (Yo sé que otros lectores me entienden.)

Recuerdo que En busca del tiempo perdido de Proust fue una lectura lo suficientemente sustanciosa como para satisfacer todo un viaje de dos meses por Europa. Le voy a vender esa idea a una agencia de viajes: lecturas que te entretengan largo tiempo en lugares lejanos sin Internet ni televisión. Porque alguien ya me ganó la idea opuesta con lecciones exprés de ortografía en el metro de la Ciudad de México. ¿Qué tal? Así sí dan ganas de viajar.

http://www.milenio.com/cdb/doc/noticias2011/3d580de216081e0982200c4f9d0b2438

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Gigantes de las profundidades

Hace cincuenta y cinco millones de años las ballenas caminaron por la tierra. ¿A quién no asombra esta declaración acompañada de la ilustración de algo que se parece más a un perro que a un delfín? Pero claro, es cierto, ¡las ballenas son mamíferos también!

Cuando era niña me fascinaba pensar en estos animales que parecían dinosaurios que nadaban a grandes profundidades oceánicas y también respiraban. Pero en el American Museum of Natural History en Nueva York, descubrí que las ballenas no son exactamente como las imaginaba. Resulta que no tienen nada que ver con los dinosaurios, en realidad sus antepasados son peludos y con cola. Simplemente eran mamíferos que comenzaron a pasar cada vez más tiempo en el agua hasta que les salieron aletas en vez de patas.

Entré a una sala en la que aprendí cómo escuchan las ballenas, en particular los cachalotes. Éste es el mamífero más grande de la tierra con dientes y colmillos, de hecho es carnívoro. El cachalote más famoso de la historia es Moby Dick. Estas ballenas pelean con mis muy temidos calamares gigantes que representan la base de su alimentación. El video mostraba como uno de estos gigantes se sumergía hasta la profundidad del océano para atacar a otro animal enorme con tentáculos. Después, recordé que no soy una niña viendo a los pequeñitos entrar y salir de la maqueta de un corazón de ballena tamaño natural en exposición.

En esqueleto de 17.8 metros de largo de un cachalote junto con una hembra un poco más pequeña ocupan el centro de la sala. Tanto su forma, como su tamaño las hacen impresionantes. La exposición cierra con una muestra de arte Maori proveniente de Nueva Zelanda. Los objetos presentados están elaborados con huesos de ballenas y complementados por una serie de entrevistas y videos que muestran como estos animales son parte fundamental de la mitología del pueblo Maori.

Al final algo me quedó claro: las ballenas son animales mágicos.

La exposición va estar hasta el 5 de enero, y si van a NY no pueden perdérsela.

Imágenes en la siguiente dirección:

http://www.nytimes.com/slideshow/2013/04/04/arts/design/20130404-WHALES-8.html

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Una nota escatológica

Como toda estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, desarrollé una tolerancia especial a los baños sucios, adopté la costumbre de cargar papel y jabón en mi bolsa, y mis esfínteres están acostumbrados a esperar largas colas para descansar. Cuando voy a cualquier lugar no me angustia el asunto de las instalaciones sanitarias, me creo preparada para todo. Así que cuando alguna experiencia logra salirse de mi área de confort me siento absolutamente sorprendida.

Recuerdo en mi primer viaje a Europa el asombro al ver ese estilo de letrina que sólo era como una pequeña bañera clavada en el piso, que, por suerte, ya es raro encontrar. Cualquier emergencia viajando como mochileras con el presupuesto más reducido del mundo, descubrimos que se arreglaba en Macdonals.

Antes era común escuchar historias de viajeros en la India que no lograban encontrar papel de baño, pero se ha vuelto extraño en estos tiempos de globalización. La anécdota más exótica que he escuchado fue la de unas chicas que llevaban con ellas una palita mientras viajaban por la selva sudafricana.

Cuando viajamos a Hanoi nos sentamos a tomar un tecito en un localito muy chiquito frente a un lago. Fue inevitable llenar nuestras vejigas con el calor que hacía, y aunque, claramente no había espacio para un baño en ese cuarto, preguntar por él. El dueño del lugar muy amable me dio a entender a señas cómo entrar al que descubrí, debió ser el baño de su casa. Recorrí un pasillo con habitaciones donde a puerta abierta, comían grupos de personas sentados en el piso con un ventilador al lado, como es costumbre vivir por allá. Al final del humilde corredor de concreto, encontré unos cuartitos tras una reja. No tenían una puerta como tal que ocultara a las personas adentro (!ahora pienso que qué bueno que no había nadie¡).  Eran sólo una serie de espacios con un ligero declive en el piso que bajaba hasta uno de los muros donde un canalito llegaba al desagüe. Ni me atreví al abrir el candado que parecía oxidado y preferí no echar a volar mi imaginación al respecto. Regresé al café, dije al vendedor el típico «Tenkiu, babay» y desalenté a José de su esperanza de él «también» pasar al baño. Seguimos caminando por las calles mientras José me decía que a él le hubiera gustado ver todo eso, y tal vez, hasta se hubiera animado a entrar.

El asunto de los baños para hombres y mujeres es muy diferente, pero todos hemos tenido alguna experiencia en relación con ellos. Mi consejo es que cuando se viaja, todos deberíamos pensar como estudiantes de Filos.

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Comidas asquerosas

Pensamos que entre los alimentos más extraños, exóticos e intolerables para un viajero se encuentran cosas como tripas, sangre o insectos. Pero las peores experiencias culinarias que he tenido las debo al reino vegetal.

En las Antillas se come un vegetal de apariencia pálida y consistencia gomosa. No sé si la culpa de esta mala experiencia la hayan tenido los cocineros del restaurante donde una linda muchacha nos recomendó probarlo como uno de los platillos más cotidianos de su cocina. Pero lo que sí sé es que en nuestra mesa todos los comensales que lo probaron no pudieron evitar dar arcadas mientras los bocados insípidos se pegaban en su garganta como si estuvieran intentando tragar un gusano gigante.

Sólo una vez en la vida me he visto obligada a escupir un bocado en mi plato. En Egipto me serví el único vegetal exótico incluido en el buffet del barco en que viajábamos. Me senté a la mesa y lo primero que hice fue llevarme el pequeño fruto rojo cocinado con jitomate y cebolla a la boca. Tenía un sabor entre amargo y ácido, que combinado con el jitomate no se parece a nada que haya probado. Gabri, que se había demorado más en el buffet, se sentó a la mesa e hizo exactamente lo mismo que yo. No quise privarla de la experiencia.

Si les digo que era como comer un dulce de chamoy cocinado como si fueran lentejas, no es lo mismo. Así que si se encuentran con cualquiera de estos dos platillos no dejen de probarlos.

Como no quisiera que el resto de los vegetales se sintieran difamados por esta nota, también añadiré una experiencia deliciosa. Los retoñitos de brócoli, o glorias de la mañana, como las llaman en inglés, son un platillo que nadie se debe perder en un viaje a China.

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Cuerpos embalsamados para turistas

Tras la reciente muerte del mandatario venezolano, Hugo Chávez, y la supuesta decisión del gobierno de embalsamar su cuerpo, se ha comentado mucho sobre otros famosos políticos que han decidido preservar su cuerpo para la posteridad.  Sin embargo, la costumbre de embalsamar los cuerpos de los muertos es tan antigua como la historia de la humanidad. Los egipcios son famosos por realizar esta práctica, pero también se tienen pruebas de que los chinos, e incluso, los incas lo hacían.

También existen célebres casos de embalsamientos fallidos, como el del Papa Pio XII, cuyo cuerpo comenzó a descomponerse de manera notable cuando la nariz del mismo se tornó de un color oscuro hasta desintegrarse en su rostro. Se dice que la pestilencia del proceso de putrefacción que se desarrollaba dentro de su sarcófago era tal que los guardias debían cambiar constantemente, ya que algunos llegaban incluso a desmallarse por el olor.

Sin embargo, la decisión venezolana hace eco a los numerosos cuerpos de mandatarios de izquierda que conservamos. Al estilo de los peregrinos, un largo viaje se puede realizar por el globo terráqueo para contemplar estas reliquias. Primero en la fría Moscú, se encuentra el cuerpo de Vladimir Lenin. Alejados en el continente asiático, en Beijing encontramos a Mao Zedong, cuyo cuerpo, comentan viajeros que lo han visitado, es desagradable a la vista a causa de la obesidad del mismo antes de su muerte. Y, al igual que los últimos dos citados, tras realizar largas filas, se puede visitar el mausoleo de Ho Chi Minh en la ciudad de Hanoi en Vietnam.

Sean advertidos los viajeros que para visitar sitios como estos se les pedirá portar vestimenta adecuada, hombros y piernas cubiertos, y presentarse respetuosamente. No se asombre nadie si la guardia le pide que camine en silencio o descruce los brazos mientras pasa apenas unos segundos frente a los famosos mandatarios.

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